Otro mes más
El mes que siguió después de nuestra misión en la torre fue uno de los más intensos que he vivido en la prisión. Cada día, el amanecer era una llamada a la preparación y la supervivencia. Despertaba antes de que el sol se levantara, el frío de la losa bajo mis pies descalzos recordándome la dureza de mi existencia. La rutina de la prisión era implacable, pero me había comprometido a aprovechar cada segundo para mejorar mis habilidades.
Cada mañana comenzaba con una serie de ejercicios físicos que incluían carreras en el patio y entrenamiento de fuerza. Después de una breve pausa para desayunar, me dirigía a la zona de entrenamiento de tiro. Pasaba horas disparando a blancos móviles y estáticos, perfeccionando mi puntería con una variedad de pistolas. Me desafiaba constantemente a mejorar mi tiempo de reacción y mi precisión, consciente de que cada bala podría ser la diferencia entre la vida y la muerte en el campo de batalla.
Las sesiones de entrenamiento no eran meras prácticas; eran simulacros de los enfrentamientos que tenía con las abominaciones a las que me obligaban a combatir. Estas criaturas, surgidas de pesadillas, eran cada vez más feroces y letales. Mi experiencia en la torre me había enseñado a no subestimar a ningún enemigo, por lo que cada encuentro era un test de mi habilidad y mi capacidad para adaptarme a nuevas amenazas.
El gobierno no escatimaba en enviarnos a misiones aún más peligrosas. Durante estas salidas, mis habilidades con las pistolas se ponían a prueba constantemente. Aprendí a identificar y explotar las debilidades de las abominaciones con las que luchaba. Mi capacidad para mantener la calma bajo presión y ejecutar disparos precisos se volvió una segunda naturaleza. Las misiones eran una mezcla de terror y adrenalina, pero cada victoria me daba una sensación de logro que era difícil de encontrar en otro lugar.
En mis momentos de descanso, solía buscar un rincón tranquilo donde podía fumar un cigarrillo. Este pequeño ritual era mi manera de desconectar brevemente de la realidad, un momento de paz en medio del caos. Reflexionaba sobre las batallas del día y planificaba cómo mejorar mis estrategias y técnicas.
Las noches eran un reflejo de mis días: intensas y llenas de entrenamiento mental. Revisaba mentalmente cada enfrentamiento, cada disparo, buscando maneras de ser más eficiente. Aunque mis sueños seguían plagados de monstruos y gritos, mi determinación se fortalecía con cada día que pasaba.
En resumen, el mes fue un ciclo constante de entrenamiento, combate y reflexión. Cada día en la prisión me empujaba a ser más fuerte y más hábil, a convertir mis pistolas en extensiones naturales de mi cuerpo y a encontrar en cada cigarrillo un breve respiro en mi interminable lucha por la supervivencia.