Buenos aires la boca
actualmente estoy en el penal de Ezeiza
La celda es un pequeño universo de confinamiento, donde cada centímetro cuadrado exuda una sensación de opresión. Las paredes rugosas, emponzoñadas por años de negligencia, reflejan una paleta deslucida de grises y marrones, mientras el techo abovedado se cierne ominosamente sobre el espacio claustrofóbico. Una única ventana, empañada y adornada con barrotes oxidados, ofrece una visión limitada del mundo exterior. El aire, viciado y denso, pesa sobre los pulmones con cada respiración. El mobiliario es escaso: una cama desvencijada, una mesa de metal astillada y un orinal sucio. En este microcosmos de desesperanza, el tiempo se detiene, atrapando al ocupante en un limbo de soledad y desolación.
Cada semana, el gobierno deposita una pequeña suma en mi cuenta bancaria, una especie de ancla financiera en un mar de incertidumbre. Esa cifra, aunque modesta, es un bálsamo para las preocupaciones económicas. Sin embargo, en lugar de destinarlo a necesidades básicas o ahorros prudentes, sucumbo a la tentación de los cigarrillos. Cada compra es un pequeño acto de autodestrucción, un tributo al vicio que socava mi salud y mis finanzas. Aunque consciente de los riesgos, la gratificación instantánea eclipsa cualquier pensamiento de prudencia. Así, el dinero destinado a sostenerme se consume en humo, dejándome con poco más que cenizas y arrepentimiento.
En lo más profundo de mi ser, anida una ambición oscura y retorcida: convertirme en el maestro ladrón definitivo. Mis sueños están tejidos con hilos de astucia y destreza, mientras imagino atracos magistrales y huidas ingeniosas. Pero hay una sombra aún más siniestra en mi corazón: un deseo de venganza contra los gifters, aquellos que prodigan su riqueza sin mérito, alimentando una sociedad de privilegio injusto. Cada acto de generosidad que presencio es como un cuchillo en mi alma, avivando el fuego de mi resentimiento. Juré erradicar su existencia, uno por uno, hasta que el mundo esté libre de su influencia corrupta. Así, en la dualidad de mi ambición, acecha el propósito de un ladrón implacable y un vengador despiadado.
Mi madre, un faro de amor y sabiduría, irradiaba calidez en cada gesto. Sus ojos, llenos de ternura, reflejaban la fortaleza de su espíritu. Con cada palabra, me guiaba con paciencia y devoción, infundiendo en mí valores de bondad y perseverancia. Su abrazo era mi refugio seguro en medio de la tormenta, su sonrisa, la luz que iluminaba mi camino.
Mi maestro, quien me acogió con brazos abiertos cuando la vida me arrebató a mi padre, fue mi guía en la oscuridad. Con maestría y compasión, moldeó mi carácter, enseñándome el arte del ingenio y la valentía. Cada lección, cada consejo, era un tesoro invaluable que atesoraba con gratitud.
Mi padre, aunque efímero en mi vida, dejó una huella indeleble. Su partida prematura dejó un vacío que nunca fue llenado, pero su recuerdo alimenta mi determinación y mi anhelo de honrar su memoria con cada paso que doy.
Mi infancia fue un laberinto de desafíos y adversidades, donde las sombras de la pérdida y la soledad danzaban en los rincones oscuros de mi alma. Sin embargo, en medio de la oscuridad, encontré un rayo de luz en la figura de mi maestro. Con sabiduría y ternura, me guió por los senderos del ingenio y la astucia, transformando mi dolor en determinación. Cada lección era un puente hacia la libertad, cada consejo una brújula que orientaba mi camino.
Mi maestro, con su experiencia y habilidad, me entrenó en el arte del sigilo y la artimaña. Cada robo era una danza meticulosamente coreografiada, cada desafío una oportunidad para demostrar mi destreza. Bajo su tutela, forjé una identidad como un ladrón magistral, capaz de desafiar cualquier obstáculo con audacia y maestría. En cada golpe, honraba su legado, llevando su enseñanza como un estandarte en mi búsqueda de redención y libertad.
El amor nunca encontró raíces en mi corazón, eclipsado por la urgencia de mi entrenamiento. Cada día, mi mente estaba inmersa en perfeccionar las artes del sigilo y la astucia. El romance, un lujo que no podía permitirme, se desvaneció en el fondo de mis prioridades. Las emociones se suprimieron en favor de la concentración absoluta en mi objetivo. Nunca me detuve a buscar compañía, pues mi única pasión era el dominio de las habilidades que me llevarían a la cima del mundo del crimen. Enfocado y decidido, sacrifiqué el amor en el altar de mi ambición despiadada.
Los miedos más profundos de este soldado prisionero, más allá de las criaturas que enfrenta diariamente, se entrelazan con las realidades sombrías y personales que ha enfrentado y sigue enfrentando:
1. **El miedo a perder su humanidad:** En un entorno donde la violencia y la supervivencia son moneda corriente, el soldado teme perder su esencia humana. Cada día, la necesidad de adaptarse a la brutalidad del entorno carcelario y la deshumanización de las criaturas que combate amenazan con convertirlo en un reflejo de los mismos horrores que enfrenta. La lucha por mantenerse fiel a sí mismo y a sus principios en un ambiente donde la moralidad es difusa y la ley del más fuerte impera constantemente, es una carga emocional constante.
2. **El miedo al fracaso:** Como experto tirador, cada misión y cada enfrentamiento son una prueba de su habilidad y determinación. El temor a no estar a la altura, a fallar en proteger a sus aliados o en completar las misiones asignadas, lo acecha constantemente. En un entorno donde la vida puede depender de un solo disparo, el peso de la responsabilidad y el temor a cometer un error que tenga consecuencias irreversibles lo atormentan día y noche.
3. **El miedo a perder la esperanza:** Aunque lucha por mantenerse firme, la prisión y sus circunstancias desesperadas constantemente amenazan con erosionar su determinación. La incertidumbre sobre su futuro, la posibilidad de que nunca pueda redimirse completamente de sus crímenes pasados o de que nunca logre escapar de la cárcel, son pensamientos que lo atormentan en los momentos más oscuros de la noche.
4. **El miedo al aislamiento y la pérdida:** A pesar de haber encontrado camaradería entre sus compañeros de prisión y aliados temporales en las misiones, el soldado teme la posibilidad de perder a aquellos que son importantes para él. El aislamiento emocional y físico es una realidad constante en la prisión, donde las conexiones humanas son frágiles y las traiciones pueden ocurrir en cualquier momento.
Estos miedos, enraizados en las profundidades de su experiencia y en las circunstancias implacables de su vida, moldean su percepción del mundo y su lucha interna por mantener su humanidad y esperanza intactas frente a la adversidad incesante.
Para Dalton, el revolver es mucho más que una simple arma; es su ancla en un mundo lleno de caos y peligro constante. Desde el día en que lo recibió, se convirtió en su compañero más fiel y en una extensión de su propia voluntad y habilidades.
Este revolver, un objeto simple y sólido entre las paredes frías y opresivas de la prisión, representa mucho más que su capacidad para infligir daño. Es un símbolo de poder personal y control en un entorno donde la mayoría carece de ambos. Dalton lo ve como una herramienta de autodefensa, pero también como un medio para proteger a quienes considera dignos de protección en este mundo oscuro.
La fiabilidad del revolver es una fuente constante de confort para Dalton. A diferencia de las relaciones humanas que pueden desmoronarse en un instante en la prisión, su revolver nunca lo ha abandonado en momentos críticos. Cada vez que lo sostiene, siente un peso familiar y reconfortante en su mano, una sensación de preparación y seguridad que le permite enfrentar incluso las situaciones más desesperadas con determinación.
Además de su utilidad práctica, el revolver es un símbolo de identidad para Dalton. Es un recordatorio tangible de sus habilidades como tirador, ganadas con años de entrenamiento y experiencia en combate dentro y fuera de la prisión. Cada marca y rasguño en el arma cuenta una historia de enfrentamientos pasados, de momentos de triunfo y supervivencia contra todo pronóstico.
Dalton cuida su revolver con un celo casi religioso, limpiándolo meticulosamente y asegurándose de que esté siempre en perfectas condiciones. Es un acto de respeto hacia el instrumento que ha sido su salvación en numerosas ocasiones y que nunca ha fallado cuando más lo necesitaba.
En resumen, el revolver de Dalton es más que una herramienta de guerra; es un símbolo de su habilidad, su resistencia y su capacidad para mantener un sentido de control y dignidad en un entorno que constantemente intenta arrebatárselos. Es su posesión más preciada porque representa la esperanza de sobrevivir y la promesa de resistir en un mundo que intenta quebrantarlo a cada paso.
El mayor problema de Dalton en este momento es su lucha constante por mantener su humanidad mientras enfrenta horrores indescriptibles tanto dentro como fuera de la prisión. La naturaleza de sus misiones, que lo obligan a confrontar monstruos y participar en actos de violencia extrema, ha comenzado a erosionar su sentido de sí mismo. Cada día, Dalton se enfrenta a criaturas que desafían la comprensión humana, y aunque ha perfeccionado su puntería y se ha convertido en un maestro de las armas de fuego, este dominio ha venido con un alto costo emocional y psicológico.
La prisión, que debería ser un lugar de castigo, se ha convertido en un refugio macabro donde la única forma de supervivencia es a través de la constante violencia. Dalton se encuentra atrapado en un ciclo vicioso donde la necesidad de sobrevivir y cumplir misiones para reducir su condena se enfrenta con su deseo de mantener su humanidad y evitar convertirse en un monstruo similar a los que caza. Su único consuelo, fumar cigarrillos, proporciona un alivio efímero, pero no es suficiente para contrarrestar el peso de las atrocidades que ha presenciado y cometido.
Además, Dalton debe lidiar con la traición y la desconfianza dentro de su propio equipo. Las misiones anteriores han demostrado que incluso aquellos a los que considera aliados pueden volverse en su contra, como ocurrió con Dai. Esta realidad ha hecho que Dalton sea cada vez más cínico y desconfiado, complicando aún más su capacidad para formar alianzas y confiar en los demás.
La combinación de estos factores ha llevado a Dalton a un punto crítico. La línea entre el cazador y la presa se ha vuelto borrosa, y cada misión lo acerca más a perderse a sí mismo en la oscuridad que combate. Su desafío más grande ahora es encontrar una manera de preservar su humanidad y redescubrir un propósito más allá de la mera supervivencia, mientras sigue enfrentando los horrores que amenazan con consumirlo por completo.
Dalton tiene una serie de rituales que sigue religiosamente cada vez que se permite fumar un cigarrillo, una de las pocas formas de consuelo que tiene en su vida llena de horrores. Antes de encender uno, realiza una serie de acciones meticulosas que parecen casi obsesivas, pero que en realidad son su manera de crear un momento de calma en medio del caos.
Primero, se asegura de estar en un lugar relativamente seguro y apartado, ya sea un rincón oscuro de su celda o un lugar protegido durante una misión. Luego, saca con cuidado el cigarrillo de su paquete, inspeccionándolo minuciosamente como si buscara alguna imperfección invisible. Este acto de revisión es su manera de asegurarse de que al menos algo en su vida está bajo su control.
Una vez satisfecho con la condición del cigarrillo, Dalton lo lleva a sus labios y lo enciende con un encendedor que ha llevado consigo desde sus primeros días en prisión. Este encendedor, un objeto desgastado y marcado por innumerables batallas, tiene un significado especial para él; es un símbolo de resistencia y continuidad en un mundo donde todo lo demás es temporal y frágil.
Mientras inhala el humo, Dalton cierra los ojos por unos segundos, permitiendo que la nicotina calme sus nervios y su mente. En estos breves momentos de tranquilidad, suele repasar mentalmente las misiones, analizando cada detalle y cada error cometido. Es su manera de aprender y mejorar, de prepararse para el próximo enfrentamiento. Exhala el humo lentamente, observando cómo se disipa en el aire, como si fuera una metáfora de sus propios pensamientos y preocupaciones.
Dalton también tiene la costumbre de mover ligeramente el cigarrillo entre sus dedos, girándolo de un lado a otro mientras piensa. Este pequeño gesto, casi imperceptible, es un reflejo de su constante estado de alerta y su incapacidad para relajarse por completo. Incluso en sus momentos de mayor tranquilidad, una parte de él siempre está preparada para el próximo desafío, el próximo monstruo, el próximo ataque.
Fumar no es solo un acto de adicción para Dalton, sino una ceremonia de meditación y reflexión, una pequeña burbuja de paz en medio de una vida plagada de terror y violencia.
Si tuviera que ir a un lugar especial y quisiera lucir lo mejor posible, la preparación sería algo completamente fuera de lo ordinario para mí. En la prisión y durante las misiones, la apariencia es lo último en lo que pienso; mi enfoque siempre está en la supervivencia y la eficiencia. Sin embargo, si la ocasión lo requiere, haría un esfuerzo por adaptarme a las expectativas.
Primero, me aseguraría de estar limpio y presentable. En la cárcel, esto sería un desafío, pero tomaría una ducha larga y minuciosa, asegurándome de quitarme la suciedad y el sudor acumulados por días de entrenamiento y combate. Esto podría tomarme alrededor de una hora, dado que el lujo del agua caliente y un buen jabón no es algo común en mi entorno.
Después de la ducha, arreglaría mi cabello. No soy un experto, pero haría lo posible por peinarlo de manera decente, quizás pidiendo ayuda a algún compañero que tenga más habilidad en estas cosas. Me afeitaría, eliminando cualquier rastro de barba desaliñada que pudiera tener.
Para la vestimenta, elegiría algo simple pero elegante, que contraste con mi usual atuendo de combate. Si tuviera acceso a ello, optaría por un traje oscuro, bien ajustado. Un traje negro con una camisa blanca y una corbata negra sería mi elección. Es un conjunto clásico y sobrio que no requiere demasiados adornos. Me pondría un par de zapatos pulidos, lo cual me tomaría unos minutos extra, asegurándome de que estén bien limpios.
En total, prepararme me llevaría probablemente dos horas. No es algo que haga a menudo, pero entiendo la importancia de causar una buena impresión en ocasiones especiales. Aunque prefiero la funcionalidad de mis ropas de combate y la simplicidad de mi rutina diaria, puedo adaptarme cuando es necesario. Es un recordatorio de que, incluso en medio del caos y la lucha constante, hay momentos en los que es necesario mostrar otra faceta de uno mismo.
Mi próximo cumpleaños no será muy diferente a cualquier otro día en este infierno. Aquí, las fechas se difuminan y los días se sienten interminables. No hay pasteles ni celebraciones, solo el eco constante de la lucha por sobrevivir.
Si tuviera la oportunidad de hacer algo especial, probablemente buscaría un momento de tranquilidad, un respiro en medio del caos. Tal vez pediría un cigarrillo extra y encontraría un rincón apartado donde pueda disfrutarlo en paz, lejos del bullicio y el peligro constante. Encendería ese cigarrillo con cuidado, inhalando profundamente y permitiendo que el humo se deslice por mis pulmones, brindándome un breve momento de consuelo y reflexión.
En el fondo, sé que no hay escapatoria a esta realidad, pero quizás en ese pequeño instante podría recordar lo que significa sentirse vivo y humano, aunque solo sea por unos minutos. A veces, un pequeño respiro es todo lo que necesito para seguir adelante.
Después de eso, volveré a mi rutina: entrenamiento, enfrentamientos, y más entrenamiento. Seguiré afinando mi puntería y mis habilidades, recordándome que cada día que sobrevivo me acerca un poco más a la libertad. No puedo permitirme soñar con grandes celebraciones o momentos de felicidad, pero al menos puedo encontrar un poco de paz en medio del caos.
Así que, mi próximo cumpleaños será un día más en la lucha, una oportunidad más para seguir mejorando y sobreviviendo, con la esperanza de que, algún día, pueda celebrar de verdad, fuera de estos muros.
El mayor arrepentimiento que llevo en mi corazón es no haber podido evitar que un Gifter matara a mis padres. Aquella noche sigue grabada en mi mente como un hierro candente. Era joven, ingenuo y sin las habilidades que tengo ahora. Recuerdo haber escuchado los gritos y el sonido de los cristales rotos, pero llegué demasiado tarde. El Gifter, podía transformar objetos inanimados en armas mortales, se había infiltrado en nuestra casa.
Mis padres no tuvieron oportunidad. El Gifter los atacó con una furia implacable, utilizando cualquier cosa a su alcance como instrumentos de destrucción. Yo, impotente y asustado, no pude hacer nada para detenerlo. La sensación de desesperación y la visión de sus cuerpos sin vida me persiguen cada noche.
Ese evento cambió mi vida para siempre. Me prometí a mí mismo que nunca más sería tan indefenso. Desde entonces, he dedicado cada momento a entrenar y mejorar mis habilidades con las armas de fuego, buscando redención en cada monstruo que derribo. Sin embargo, el peso de aquel día nunca se desvanece, y la culpa de no haber podido salvarlos me sigue como una sombra.
El arrepentimiento es un recordatorio constante de por qué lucho. Cada enfrentamiento, cada bala disparada, es un intento de expiar esa culpa. Pero sé que, por mucho que logre, nunca podré cambiar el pasado ni devolverles la vida a mis padres. Lo único que puedo hacer es seguir adelante, honrando su memoria y asegurándome de que ningún otro inocente sufra el mismo destino.
La naturaleza de mis dones no es algo que pueda explicar fácilmente. No son simples habilidades adquiridas o talentos innatos. Mis "Gifts" son más profundos, casi como si fueran parte de mi esencia, pero también producto de un entrenamiento extremo y experiencias traumáticas.
Primero está el **Marksmanship Training**. Este no es solo un talento con las armas de fuego, sino el resultado de más de diez mil horas de entrenamiento intensivo y letal con el armamento de mi ejército. Cada vez que tomo un arma de mi país, es como si fuera una extensión natural de mi cuerpo. Mi mente entra en un estado de enfoque puro, capaz de planear disparos no solo para impactar mi objetivo principal, sino también para causar daño colateral a los enemigos detrás. Este don es una combinación de disciplina, práctica interminable y una necesidad desesperada de sobrevivir.
Luego está **Frigg’s Blessing**, una bendición que desafía la lógica y la medicina convencional. Cualquier herida que no sea causada por muérdago se cura rápidamente en mi cuerpo. Es como si una fuerza antigua y mística se interpusiera entre yo y la muerte, sanando mis heridas a un ritmo acelerado y asegurando que no se deterioren con el tiempo. Este don es más difícil de entender; no se siente como algo que me haya ganado, sino más bien como una protección otorgada por algo o alguien más allá de este mundo.
Finalmente, el **Peace Breaker** es un artefacto único, un arma camuflada como un encendedor de balas. Esta pistola puede transformarse en cualquier arma básica, ya sea una escopeta, un rifle o incluso un rifle de francotirador pesado. Su naturaleza versátil y letal me da una ventaja estratégica en combate, permitiéndome adaptarme rápidamente a cualquier situación y reducir la eficacia de la armadura de mis enemigos.
Mis dones son una mezcla de potencial inherente, arduo entrenamiento y una suerte de intervención divina. No los entiendo completamente, pero los acepto como parte de lo que soy y los utilizo para seguir adelante en este mundo plagado de monstruos y horrores.
La espiritualidad es un concepto complicado para mí. He visto cosas que desafían cualquier comprensión lógica y, a menudo, me he preguntado si hay algo más allá de lo que podemos ver. No soy religioso en el sentido tradicional. No sigo una doctrina específica, ni asisto a ceremonias religiosas. Sin embargo, no puedo negar que creo en algo, una fuerza mayor que nos observa y, quizás, nos guía.
He pasado tanto tiempo en lugares oscuros, enfrentando horrores inimaginables, que sería imposible no pensar en lo que hay más allá de esta vida. Mis experiencias me han enseñado que la espiritualidad no necesariamente tiene que ver con Dios o con los rituales religiosos. Para mí, es más una búsqueda de significado y propósito. Es encontrar sentido en el caos y mantener una esperanza, aunque sea mínima, de que hay un propósito mayor en todo esto.
La bendición de Frigg, que cubrió mi cuerpo con patrones tribales, me hizo creer aún más en la existencia de fuerzas sobrenaturales. No sé si llamarlo destino o simplemente una coincidencia macabra, pero siento que hay algo más grande en juego.
En lo que creo es en la lucha y en la superación. Creo en la fuerza interior que todos tenemos para enfrentar nuestros demonios, tanto internos como externos. Y aunque no tengo todas las respuestas, sé que la espiritualidad, para mí, es esa chispa que me impulsa a seguir adelante, a pesar de todo lo que he enfrentado y todo lo que queda por enfrentar.
Los acontecimientos de los Contratos han desafiado profundamente mi visión del mundo. Antes de ser reclutado para estas misiones, tenía una perspectiva más simplista de la vida: el bien y el mal, la ley y el orden, los enemigos visibles que se podían enfrentar con balas y coraje. Sin embargo, enfrentarse a monstruos, seres sobrenaturales y horrores que desafían cualquier explicación lógica ha desmoronado esas creencias.
Cada misión es un recordatorio de que el mundo no es tan claro y predecible como solía pensar. Los monstruos no son solo bestias a eliminar; algunos tienen historias, orígenes y motivos que los hacen más complejos. Y las entidades que nos envían a luchar contra ellos tampoco son siempre las fuerzas del bien. He visto la corrupción y la oscuridad en aquellos que deberían ser nuestros protectores, y eso ha sacudido los cimientos de mi comprensión de la justicia y la moralidad.
Cuando todo lo que creía cierto se pone en duda, mi primera reacción es la incredulidad. Es difícil aceptar que las cosas que das por sentado pueden no ser lo que parecen. Pero en este trabajo, adaptarse es esencial para sobrevivir. He aprendido a cuestionar, a buscar la verdad detrás de las apariencias y a no confiar ciegamente en las órdenes que recibo.
Este conflicto interno me ha hecho más cauto y reflexivo. Ya no veo el mundo en blanco y negro; ahora entiendo que hay muchas tonalidades de gris. Reacciono a esta incertidumbre con una mezcla de resiliencia y determinación. Aunque mis creencias se hayan tambaleado, mi objetivo sigue siendo claro: sobrevivir, proteger a los inocentes y luchar contra las abominaciones que amenazan nuestro mundo.
En última instancia, los Contratos me han enseñado que la verdad es un concepto flexible y que la realidad es mucho más vasta y extraña de lo que alguna vez imaginé. Adaptarme a esta nueva comprensión ha sido duro, pero también me ha hecho más fuerte y más preparado para enfrentar cualquier cosa que venga.
Dalton trabaja regularmente con un grupo de contratistas variados y, a lo largo del tiempo, ha formado opiniones sólidas sobre ellos. Cada uno tiene sus particularidades que, para bien o para mal, influyen en la dinámica del equipo.
Nicolai, un hombre grande, gordo y sucio, destaca por su mal olor y su carácter fuerte. Su presencia es difícil de ignorar debido a su apariencia y comportamiento. Aunque Nicolai es eficaz en el combate, su actitud repugnante y su falta de higiene personal lo hacen desagradable para Dalton. Sin embargo, su capacidad para absorber daño y proteger al equipo es innegable.
Alicia, en cambio, es una niña rica con un toque de locura. Su actitud caprichosa y a veces errática puede ser frustrante, pero su habilidad para crear áreas mentales que dañan a los enemigos es invaluable. Dalton a menudo se encuentra irritado por su comportamiento, pero no puede negar su utilidad en el campo de batalla.
Orfeo es alto, ciego y algo tonto, pero es también una fuente constante de diversión para Dalton. Su torpeza y falta de sentido de la autopreservación lo hacen un compañero impredecible, pero su valor y determinación son admirables. Dalton aprecia su humor, aunque a veces le preocupa la seguridad de Orfeo debido a su falta de visión y juicio.
Dai, el ilusionista, es el que mejor le cae a Dalton. Aunque han tenido sus peleas, con Dai usualmente terminando en el piso, hay un respeto mutuo entre ellos. Dai es ingenioso y sus habilidades para crear ilusiones son cruciales en muchas misiones. A pesar de sus diferencias, Dalton siente una conexión con Dai, valorando su creatividad y lealtad.
Finalmente, está Matías, un enano musculoso y anabolizado que parece solo servir para decir idioteces. Su tendencia a hablar sin pensar y su comportamiento impulsivo pueden ser molestos, pero su fuerza bruta y su capacidad para causar estragos en el enemigo son innegables. Dalton a menudo se irrita con Matías, pero reconoce que su presencia puede ser útil en situaciones donde se necesita pura fuerza física.
En resumen, aunque Dalton tiene sus diferencias con cada uno de los contratistas, reconoce sus habilidades y la importancia de cada uno en el equipo. Juntos, forman un grupo diverso y eficiente, capaz de enfrentar cualquier desafío que se les presente.
La habitación perfecta para Dalton sería un refugio que refleje tanto su pasado militar como su necesidad de calma y seguridad en medio del caos que a menudo rodea su vida. Al entrar, lo primero que se nota es la solidez de la puerta de acero reforzado, que ofrece una sensación de seguridad absoluta. Una pequeña ventana con vidrios blindados permite la entrada de luz natural, pero está diseñada para mantener la privacidad y protección.
El espacio es austero pero cómodo, con paredes en tonos grises y verdes militares, decoradas con algunos recuerdos de sus misiones: insignias, fotografías y mapas estratégicos. En una esquina, hay un armario de armas perfectamente organizado, donde guarda su preciada Peace Breaker junto a otras armas de fuego bien mantenidas. Junto al armario, hay un banco de trabajo con herramientas para el mantenimiento y personalización de sus armas.
El mobiliario es funcional y cómodo. Un escritorio de madera maciza con una lámpara de escritorio ajustable, donde Dalton pasa horas limpiando sus armas, leyendo informes de misiones o escribiendo en su diario personal. Sobre el escritorio, una estantería contiene libros sobre estrategia militar, manuales de armas y algunos libros de filosofía y poesía que lo ayudan a desconectar.
El centro de la habitación está ocupado por una cama sencilla pero cómoda, con sábanas limpias y una colcha gruesa. Al lado de la cama, una mesita de noche con un par de cajones donde guarda sus cigarrillos, un encendedor y una pequeña colección de fotografías personales que no muestra a nadie. Encima de la mesita de noche, una lámpara de lectura proporciona una luz suave y cálida para las noches en las que no puede dormir.
Un pequeño rincón de la habitación está dedicado a la relajación: una silla reclinable de cuero negro, con un cenicero en una mesa auxiliar. Aquí es donde Dalton se sienta a fumar y reflexionar después de un largo día. Un sistema de sonido de alta calidad le permite escuchar su música favorita, principalmente jazz y blues, lo que le ayuda a relajarse y a mantener la calma.
Finalmente, el cuarto de baño adjunto es funcional y limpio, con una ducha potente y un botiquín bien surtido. Aunque Dalton no es vanidoso, aprecia la capacidad de mantener una higiene adecuada y sentirse renovado después de una misión agotadora.
En conjunto, esta habitación es un refugio que combina seguridad, funcionalidad y un toque personal, proporcionando a Dalton el equilibrio perfecto entre su vida de soldado y sus momentos de paz interior.
Cuando me preguntan sobre mi filosofía acerca de lo que soy mejor, pienso inmediatamente en mi habilidad con las armas de fuego. No es solo una habilidad, es una extensión de mi ser, una fusión de mi cuerpo y mente con el arma. Para mí, la maestría en el manejo de armas no se trata solo de precisión y fuerza; se trata de control, disciplina y, sobre todo, mentalidad.
Mi filosofía se basa en la constancia y la dedicación. No importa cuán talentoso seas naturalmente, sin práctica y esfuerzo constante, ese talento se desvanece. Pasé más de diez mil horas perfeccionando mi puntería y manejo de armas, cada bala disparada, cada objetivo alcanzado, es fruto de incontables horas de entrenamiento. Cada cicatriz en mi cuerpo es un recordatorio de las batallas que he enfrentado y de las lecciones aprendidas.
También creo en la importancia del control emocional. En el fragor de la batalla, mantener la calma y la compostura es crucial. Un tirador que se deja llevar por la ira o el miedo es un tirador muerto. Aprender a controlar tus emociones y canalizarlas hacia tu objetivo es lo que separa a los buenos de los verdaderamente excepcionales.
Además, hay una ética en el uso de las armas. Nunca disparo sin una razón, y siempre tengo claro el propósito de cada bala que sale de mi arma. No se trata solo de eliminar al enemigo, sino de proteger a los inocentes y cumplir mis misiones con la mayor eficacia y el menor daño colateral posible.
Por último, mi filosofía incluye el respeto por el arma misma. Un arma no es solo una herramienta; es una responsabilidad. Mantenerla en perfectas condiciones, conocer cada pieza y comprender su funcionamiento es parte integral de ser un maestro tirador. Trato mi arma como una extensión de mi propio cuerpo, con el mismo cuidado y respeto.
En resumen, mi filosofía sobre mi habilidad con las armas se basa en la dedicación, el control emocional, la ética en el uso de la fuerza y el respeto por el arma. Es un camino de vida, una disciplina que me define y que sigo con firmeza y convicción.
Mis límites son una prueba constante de mi humanidad y de mi fortaleza. A lo largo de los años, he aprendido a conocer mis capacidades y mis límites tanto físicos como mentales. Lo que dicen de mí es que soy un hombre resiliente, capaz de soportar adversidades extremas, pero también que soy consciente de mis propias fragilidades. No soy indestructible, y aceptar eso es parte de lo que me mantiene vivo.
Lo que me haría romper mis límites no es una simple amenaza o desafío físico. He enfrentado monstruos, he visto cosas que la mayoría de la gente no podría ni imaginar. No, lo que realmente me pondría al borde sería algo que amenace a aquellos que me importan. La lealtad y el compañerismo son valores fundamentales para mí. Si alguien a quien considero un amigo, o incluso un aliado de confianza, estuviera en peligro, haría lo que fuera necesario para protegerlos, incluso si eso significa ir más allá de mis capacidades conocidas.
Otra cosa que podría empujarme más allá de mis límites sería una amenaza existencial a todo lo que valoro. Si el mundo tal como lo conocemos estuviera en juego, si la existencia misma estuviera al borde del colapso debido a alguna abominación o entidad destructiva, no dudaría en poner mi cuerpo y mi mente en la línea, incluso si eso significa sacrificarme.
La disciplina y el control son esenciales para mantenerme dentro de mis límites, pero hay momentos en que el corazón toma las riendas. Esos momentos definen quién soy verdaderamente. Son en esos instantes cuando la adrenalina, la determinación y la desesperación se combinan, permitiéndome superar lo que parecía insuperable.
En resumen, mis límites reflejan mi fuerza y mi humanidad, pero lo que realmente los rompería sería una amenaza a aquellos que amo o a todo lo que considero valioso. En esos momentos, mi voluntad se convierte en mi mayor arma, llevándome más allá de lo que alguna vez creí posible.