Ah, un par de preguntas interesantes, ¿eh? Vivo en un pequeño pueblo llamado Roca de Plata, al borde de las Montañas Grises. Es un lugar poco llamativo para la mayoría, pero ideal para alguien como yo. ¿Por qué? Bueno, porque es remoto y fácil de escapar si algo sale mal. Nadie viene a husmear por aquí, y eso me da tranquilidad para llevar a cabo mis... negocios. Además, el comercio subterráneo es muy activo en la zona, y mi habilidad para entrar y salir sin ser visto es apreciada.
En cuanto a mi casa... ¡es una cueva! Pero no cualquier cueva, ¡eh! He hecho reformas. La entrada está oculta tras un par de rocas en la base de una cascada. Solo un par de personas conocen el acceso, y esas personas, bueno... no son personas que me convenga traicionar.
Dentro, tengo todo lo necesario para mis "trabajos": un buen montón de trampas, herramientas de todo tipo y algunas "recuerditos" de mis incursiones por otras tierras. Hay una mesa de madera, algunas estanterías llenas de botines, y por supuesto, un caldero con un poco de licor en el rincón. Todo lo demás es sencillo, pero cómodo. Me gusta mantener las cosas prácticas y discretas.
Ja! ¿Intentando sonsacarme información, eh? Bueno, te diré solo un poco...
Consigo mi dinero de muchas formas: un "préstamo" aquí, una bolsa de oro que "nadie echará de menos" allá, y de vez en cuando, algún encargo de dudosa legalidad. ¿Robar a los ricos para dárselo a mí mismo? ¡Eso suena justo!
¿En qué lo gasto? Ah, en cosas importantes, por supuesto:
¿Y tú? ¿En qué gastarías tu oro si fueras tan astuto como yo?
Mi ambición, dices...
Bueno, no soy solo un ladronzuelo cualquiera. No, no, no. Aspiro a ser el más grande ladrón que haya existido, aquel cuyo nombre se susurre en tabernas y calles oscuras, cuya historia se mezcle con la leyenda. Quiero riquezas, sí, pero más que eso, quiero poder, respeto y un lugar en la historia. Quiero robar algo tan grande, tan imposible, que hasta los dioses se queden boquiabiertos.
Bastante lejos, eso te lo aseguro. No soy de los que dan la vuelta cuando las cosas se ponen feas. He mentido, engañado y traicionado para subir en este juego... y lo haría otra vez.
Prefiero no ensuciarme las manos con sangre, pero si alguien se interpone en mi camino, bueno... hay muchas formas de hacer que desaparezca sin mancharse la ropa. Pero si no hay otra opción, si es mi vida o la suya... entonces sí, haré lo que deba hacerse.
Oh, he bailado con la parca más veces de las que puedo contar. Estar al borde del abismo es parte del juego. Pero morir sin lograr mi meta... ¡eso sí que no! Prefiero arriesgarlo todo a vivir como un don nadie.
Antes de convertirme en lo que soy, antes de que mi nombre fuese susurrado en los bajos fondos, era solo un mocoso con las manos rápidas y un estómago vacío. Crecí en las cloacas de una ciudad que no tenía lugar para los débiles. Robaba pan, cortaba bolsas, hacía lo que hiciera falta para sobrevivir. Pero tenía algo más grande: una familia. Un grupo de ladrones, estafadores y bribones que me enseñaron el oficio, que me protegieron como si fuera su sangre.
Hasta que los traicioné.
No fue intencional, pero las calles no perdonan los errores. Nos contrataron para un robo grande—demasiado grande.
Ella es mi mano derecha... o al menos lo más parecido a una amiga que tengo. Una goblin de dedos aún más rápidos que los míos, experta en explosivos y con un talento especial para salir ilesa de los líos más absurdos. La Chispa y yo nos encontramos en una celda hace años, esperando la horca. ¿Cómo escapamos? Digamos que no quedaba mucho de la prisión después. Desde entonces, hemos trabajado juntos, aunque confío en ella solo hasta donde puedo verla.
Un noble con más esqueletos en el armario que oro en sus cofres (y créeme, sus cofres son profundos). A veces enemigo, a veces aliado, siempre peligroso. Me ha contratado para trabajos imposibles, y en más de una ocasión, he tenido que cruzarlo. Pero nos entendemos: él necesita a alguien que haga el trabajo sucio, y yo necesito su oro... hasta que encuentre la manera de quedármelo todo.
El ladrón que me enseñó todo lo que sé. Nunca supe su verdadero nombre, solo que todos lo llamaban así. Astuto, implacable y con una risa seca como pergamino viejo. Fue él quien me enseñó a abrir cerraduras, a moverme sin ser visto, a no confiar en nadie... y, por supuesto, fue él quien murió por mi error. No sé si su sombra me persigue o si solo es culpa, pero cada vez que dudo, oigo su voz en mi cabeza: "No es robar si eres más listo que el dueño."
Mi infancia, ¿eh? Ja, qué pregunta... No es que haya mucho que contar, pero si insistes.
No tengo muchos recuerdos de mis padres. Mi madre murió cuando era un crío, demasiado joven para recordar su rostro, pero me dijeron que tenía una risa como campanas y una mirada más afilada que un puñal. De mi padre... bueno, sé que era un bebedor, un pendenciero y, según algunos, un hombre con "grandes sueños" (que nunca llegó a cumplir). Desapareció una noche y nunca volvió. Algunos dicen que murió en una pelea, otros que se metió con la gente equivocada. Yo digo que si se fue, es porque nunca quiso volver.
La única educación que tuve fue la de las calles. La escuela no era para niños como yo; era para los que tenían una casa, padres respetables y ropa sin agujeros. Para los que no tenían que pelear por un pedazo de pan. Así que en lugar de pupitres y libros, aprendí de carteristas, estafadores y rufianes. Aprendí a leer cuando me di cuenta de que las cartas de juego y los contratos podían valer tanto como una espada bien afilada. Y aprendí matemáticas contando monedas que no eran mías.
Digamos que encajé donde me convenía. Si había comida, un sitio para dormir y alguien a quien engañar, ese era mi hogar por el tiempo que hiciera falta. Pero siempre supe que no pertenecía a ningún lado. Los enanos somos gente de clanes, de lazos fuertes... y yo no tenía ninguno. Así que aprendí a ser un lobo solitario entre ratas, buscando siempre la siguiente oportunidad.
Enamorado, ¿eh? Ja... qué pregunta más peligrosa.
Mira, no soy de los que dejan que el corazón se meta en sus asuntos. En mi línea de trabajo, el amor es una distracción, un riesgo... una debilidad. Pero si insistes, hay una historia que tal vez valga la pena contar.
Zira era una elfa de manos tan hábiles como las mías y una sonrisa que podía abrir más puertas que cualquier ganzúa. Nos conocimos en una taberna después de un trabajo exitoso. Ella intentó engañarme... y lo logró. Me dejó sin una moneda y con el orgullo herido. Así que la busqué, y cuando la encontré, en lugar de recuperar mi oro, terminé compartiendo un robo con ella.
Juntos éramos imparables. Grandes golpes, escapadas imposibles, noches de vino y risas entre susurros. Por un tiempo, pensé que quizá... quizá podía confiar en alguien de verdad. Pero claro, las historias como esta nunca tienen un final feliz.
Un día, un trabajo grande salió mal. Nos tendieron una trampa, y para salvarse, Zira me vendió. Me dejó atrás con los guardias, con una sonrisa triste y un susurro: "Lo entenderás algún día, Carlitos."
Logré escapar, por supuesto. Y la busqué. No para vengarme... no al principio. Pero ella ya se había ido, dejando solo rumores y una carta con una sola frase: "Nunca confíes en un ladrón, pequeño enano."
Desde entonces, el amor es solo un juego más para mí. Una herramienta, una trampa para otros... pero nunca para mí. Nunca más.